Vivimos en medio de un caos de información, donde los paradigmas cambian en un santiamén, los gustos varían de un mes a otro. Y a parte de ese caos informacional, estamos poco a poco sumidos en un mundo controlado por todos y por nadie.
Nos quejamos de los totalitarismos y la opresión de las clases dominantes pero dejamos que nos domine los gadgets, las app y afines. Nos quejamos de que la gente se mete en nuestra vida pero hemos hecho de las redes sociales una ventana, intima si queremos, hacia nuestra cotidianidad; subimos fotos de perfil al caralibro, cuando al hacer esto nos volvemos parte de la orgía informacional general, no dejamos nada para esconder y estamos merced de todos, de cualquiera.
El problema podría ser achacado a la tecnología, pero ¿Quienes la utilizamos? somos nosotros los que debemos autoregularnos; o si nos ponemos como teóricos de la conspiración podríamos hasta afirmar que la tecnología en algunos casos es limitar el alcance y estrechar el radio de acción del pensamiento.
Independiente de a quien le achaquemos el problema, todos estamos en mayor o menor medida en el individualismos de nuestro tiempo, pero no individualismo en su sentido estricto sino con la connotación de que el individuo pertenece a todos. Para ser, el humano de esta época necesita verse reflejado en los likes de otros, en los comentarios de otros, para trascender buscamos ensimismarnos en los celulares, dejando que toda la realidad pase de largo de nosotros (quizá para evitarla); volvemos a recordar a Kundera: "El ojo de uno ha sido reemplazado por los ojos de todos. la vida se ha convertido en una única gran orgía en la que todos participan".
El punto no esta en dejar de utilizar la tecnología, sino en reflexionar en lo que estamos haciendo con ella, quizá debamos volver a nuestras raíces sociales: volver a hablar con la gente cara a cara, mirar a nuestras familias a la hora de la cena, volver a compartir esos pequeños detalles con otros (nuestros amigos y familia).
Que nuestras arrugas cuando viejos sean productos del estilete de las miradas de otros no de las quemadas que nos dio una pantalla inerte.
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