lunes, octubre 19, 2015

Cavilando en verde

Camine lentamente, y mientras lo hacia la neblina espesa acariciaba mi cara, era una acaricia en su sentido estricto. muy temprano en la mañana pocas aves se dejaban escuchar allá al fondo, como escondiéndose en la bruma.

Cada paso me hacia introducirme en esa cortina densa, el aroma familiar del campo, de la montaña. Me encanta perderme acá (quizá debiera decir he re aprendido a perderme), donde muchas cosas que consideramos importantes (Internet, datos, wifi, mensajes, etc) pierden sentido porque la cobertura 3G no alcanza hasta aquí, y si la alcanzara perderíamos mas nuestro ser. Me encanta perderme aquí porque me hago uno con la naturaleza y me hace recordar mi niñez cuando venia acá a visitar a mi tía Amalia.

La época donde podía escuchar mi propio canto porque la sociedad todavía no me había "tragado", el palenque de la ciudad no me había hecho mella. Cuando comíamos tortillas de maíz, pero este molido en piedra y los discos ricos de maíz eran cocidos en comales de barro. Los frijolitos de tía Amalia eran un gustazo para el paladar. Los amaneceres perfectos a través de los grandes arboles que habían entonces. Y por supuesto el aroma de los cipreses o el ulular del viento a través de las hojas de pino.

Donde las raices de mi familia estan hasta muy profundo en el humus, donde generaciones de mi gente han vivido y muerto. Este lugar mágico donde la naturaleza es dura y uno debe adaptarse a ella, no al revés como ocurre en aras de la modernización. Aquí donde puedo escuchar aves alegres y libres, donde la tierra da sus frutos y nosotros los podemos aprovechar en su estado natural. Los ríos aunque pequeños son como venas de un cuerpo hermoso y gigantesco, el color de la tierra parecida a la de nuestra piel como recordándonos nuestra herencia orgullosa, El caminar por esas sendas antiguas, hace pensar en nuestros ancestros, cuanto sudor y lágrimas han labrado estas montañas.

Aunque muchas cosas han cambiado, y muchas personas lindas que conocí ya no estan. La natura es bondadosa y me regala sus paisajes, sus frondosos bosques y parcelas frutales con cafetales, sus aves que evocan la libertad que como humano "tecnologizado" no tengo.

Creo que deberíamos buscar de vez en cuando arroparnos con la naturaleza para purificar nuestra alma y limpiarla de tanta modernidad adusta que solo cohibe nuestros sentimientos y almas. Y quizá así aprenderemos a cuidar nuestra única casa, la tierra.








lunes, octubre 12, 2015

CUHILIOTE

De la serie “Historias de mi papa”
Era mediodía en la montaña, yo estaba encendiendo el fuego y menos que eso estaba batallando con una humareda imposible. Ojos llorosos y varias páginas de diario gastadas. A punto de rendirme salí de la cocina mientras una columna de humo parecía seguirme.

Apareció mi padre por la vereda con dos “retoños” en su mano:
“-¿Qué paso? -” dijo con una leve sonrisa.
“- El fuego no me quiere -” contesté tosiendo.
“- Es que está dormido -”
“- Pues dime como despertarlo -” dije con un dejo de rabia

Dibujo su afable sonrisa y entro en la cocina. Un par de minutos mas tarde no había humo y él salio diciéndome: “Mete los dos cuhiliotes cerca de las brazas, no en la mera llama”.
“- Los que??-” pregunte con admiración al ver el fuego tan vivo, casi burlándose de mi.
“Esos ve. Los que traía en la mano -” respondió mi padre mientras se disponía a cortar unas uvas negras.

Como siempre pregunte qué eran los cuhiliotes, mientras los ponía al fuego ademas de tostar tortillas. Mi padre me cuenta que los cuhiliotes son la “punta” del arbolito de pacaya, se cortan cuando el árbol se cae porque una “taltuza” devoró las raíces. El brote cortado de la pacaya se pela un poco a manera de dejar al descubierto las capas internas del mismo.
Esos brotes ya pelados se ponen a  asar a fuego lento,  luego se sacan y se pelan un poco mas hasta dejar solo el “corazón” de la planta de pacaya, que por cierto esta bien cocido y listo para ser servido. La gente de campo se los come con sal y tortilla, convirtiéndose en un suculento manjar.

Nos sentamos alrededor de la mesa y además de la comida tradicional que nos rodeaba, agregamos en un plato los cuhiliotes humeantes y que por cierto estaban ricos.

Cuántas plantas eran parte de nuestras cocinas y muchas de ellas se han perdido, no solo porque se  hayan extinguido sino también porque la sabiduría ancestral no hemos sido capaces de atesorarla y pasarla a nuestros hijos. Quizá sea tiempo de rescatar esa historias que están a punto de desaparecer, esas comidas que quizá no volvamos a probar jamás si parten nuestros queridos padres o abuelos.

Demos nos un tiempo para conocer la sabiduría ancestral.

PD: Mi padre explica que aunque se llama cuhiliote a la punta del arbolito de pacaya, también hay una arbusto que algunos le llaman así.